Escribe : Miguel Ángel Giordano (Escritoriador, Argentina /12-1-2015

 

¿ VAMOS A JUGAR AL MOLINO ?

Éramos chicos, muy chicos, ocho o nueve años, en una época de nuestro país en que los niños podían andar solos por la calle sin que nos acechen los innumerables peligros de hoy en día.

“Atorranteábamos” en las calles de Buenos Aires y nos manejábamos como en nuestras casas y nuestros padres no se angustiaban si tardábamos más de la cuenta. Sabían que la misma calle “nos protegía”.
A veces, cansados de jugar en la vereda o sobre el adoquinado de la calle Darwin, en el barrio de Villa Crespo, nos íbamos al Parque Los Andes, en Corrientes y Dorrego y lo “gastábamos” de tanto usarlo. Otras veces, íbamos a la canchita de la “vía muerta”, al lado de las vías del ferrocarril San Martín, entre Velazco y Aguirre, en el mismo lugar donde empezó la historia futbolística del Club A. Atlas.
Pero la aventura más grande, era ir caminando por esa “vía muerta” y recorrer sus recovecos.
Era el terraplén por donde en otros años, estuvo la vía que comunicaba al San Martín con el Bartolomé Mitre. A un costado, había una zanja, llena de sapos, ranas, culebras y otras alimañas indescriptibles. Una vez, hasta me pareció ver a un dragón lanzando fuego por sus narices y otra vez, a un muerto que se levantaba entre la mugre barrosa y me saludaba con su mano derruida.
Íbamos con el “Flaco” Bartaburu, el “Kelo” Haidar, el “Gordo” Aniceto”, con “Tito” Defelipe, con “Patamocha” Zuvi, y con todo aquel que aparecía. Y claro, con la de cuero: la “Criolla” N° 5, que la llevábamos haciendo “jueguito”, o cabeceábamos “de una” y sin que se caiga al piso.
En Aguirre y hasta Loyola, había una granja de un viejo que se pasaba el día cuidándola y cultivaba de todo. A veces, nos filtrábamos entre el alambrado para “afanarle” algunas naranjas. El viejo, desde el alero de su rancho nos miraba y en vez de enojarse, nos saludaba sonriendo. ¡Un fenómeno ese viejo!
En la esquina de Loyola, casi sobre Fitz Roy, había una cañería de más de un metro de diámetro y cuatro de largo que se unía a una tubería mucho más grande y que desembocaba en el arroyo Maldonado. A nosotros nos encantaba entrar y bajar hasta la tubería, alumbrados por el reflejo del sol en un espejo roto o por fósforos. Era todo muy misterioso y excitante. En ese lugar, se filmó la película “EL vampiro negro”, con Narciso Ibáñez Menta. Lo que convertía a ese sitio, en un “santuario” de culto.
Llegando a Castillo, estaba el corralón de caballos donde guardaban el “Mateo” que trabajaba en el Jardín Zoológico. Allí, le dábamos de comer a los caballos y veíamos asombrados, cómo el herrero fraguaba las herraduras y luego las martillaba sobre un gran yunque de hierro.
Al llegar a Córdoba, pasábamos por los ranchos de los gitanos y, a veces, hasta nos “prendíamos” en un picado con los “gitanitos”.
Al llegar a Dorrego, aparecía el imponente edificio de los “Molinos Minetti”, que daba origen al lugar, aunque también era conocido como “La Curva”, porque en Niceto Vega, donde estaba el Mercado Municipal (ahora “Mercado de las Pulgas), la avenida Dorrego dobla un poco hacia la izquierda. Allí, comenzaba el triángulo de los terrenos donde alguna vez, había estado el campo de maniobras del ferrocarril Mitre y en donde florecieron las siete canchas de fútbol entre las que se hallaba la de Atlas y la de Fénix.
Nosotros nos instalábamos en algún espacio que no estuviese ocupado y enseguida juntábamos otros pibes y se armaba el partido.
Si estaba Puga, íbamos a ayudarlo a limpiar la cancha de Atlas o a tapar pozos, o con la carretilla llevabamos tierra para rellenar, y todas esas cosas.
Después de estar interminables horas, regresábamos a casa por la “vía muerta”, totalmente muertos de cansancio y “negros” de mugre.
Mi vieja, con toda la paciencia, me quitaba la ropa, que más que ropa eran unos “harapos”, me daba una esponja que me arañaba la piel y un jabón “Pinche” para que quite toda la suciedad del cuerpo.
Después, me deglutía 50 milanesas y me iba a la cama.
Por la noche, soñaba con dragones echando fuego por las narices, o con un “vampiro negro” que me perseguía, o con ese hermoso gol que hice “de taquito”.
Miguel Ángel Giordano

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